7 abr 2014

ARIDEZ PATRIMONIAL V/S ARRIBISMO CLOROFÍLICO | Antofagasta, Chile



ESTIMADA SEÑORITA M:

La naturaleza, la sabia naturaleza, no dotó a Antofagasta más que de neblina salina y de camanchaca hacia la Cordillera de la Costa, de una que otra vertientilla de agua salobre y de unos milímetros marginales de agua lluvia, y aun así seguimos forzando la mano en nuestros jardines y espacios públicos.


La histeria del “césped” de alguna manera nos llega a todos en algún momento, cuando, por obviedad, se habla del metro cuadrado de área verde por persona, se transita por avenidas con bandejones rebosantes de verdor (con aspersores de regadío mal dirigidos que inundan todo menos el pasto) y con antejardines, cuyo costo de mantención podría llegar a definir si se estudia en colegio privado o en escuela pública (como variable tan manida en los último tiempos).


Siento que la honestidad del desierto, aunque a veces áspera y seca, tiene que relevarse. Debe salir a flote el uso racional de los recursos, pero también la condicionante climática e incluso la capacidad estético-funcional de un buen proyecto paisajístico orientado a Antofagasta y sus características.

No se trata de llenar de bolones, cactus y arena de colores todas las “áreas verdes” de la ciudad. Sí, se trata de equiparar porcentajes de especies vegetales con alto requerimiento de agua, con otras que sólo se alimentan con el rocío. Se trata de dejar de decir que no hay plata para terminar y mantener proyectos urbanísticos, luego que se entregan sus calles,  porque no hay como financiar el regadío diario. Se trata de que los aspersores funcionen bien dirigidos al foco que deben regar y que el riego, sea automático o manual, se realice en horas en que el calor no evapore en segundos el agua vertida.

No somos, ni seremos una ciudad jardín… somos una ciudad ubicada entre el desierto más seco del mundo y el océano Pacífico, y por cierto, no somos Dubai.

Somos una urbe con pésima distribución de los ingresos, que ha sabido construirse y re-construirse sobre sus carencias, que generalmente tiene dos caras -la costa y el cerro- pero que en realidad tiene tres o hasta cuatro -La Chimba y los condominios del norte, por poner otro ejemplo- y que sigue, en parte, comprándose el cuento de la capital minera de Chile.


En esa línea, dejeme decirle mi entrañable Señorita, es quizás nuestra aridez patrimonial la que nos hace ser “arribistas” y poner el ojo en más metros cuadrados de áreas verdes plenos de clorofila, en vez de abogar por más metros cuadrados de sombra que cubran paseos, plazas y parques. Nuestro patrimonio es el sol y la tierra repleta de minerales… no el verde ni la lluvia.


Si este “arribismo clorofílico” es consecuencia de que los venidos del sur no pudieron acostumbrarse a los maravillosos tonos ocre que cubren la comuna (no los juzgo, cada uno tiene su punto de vista); de un símbolo de status mal entendido, donde tener más plantas o más verde el césped es bien visto; o de una insatisfacción orgánica no reconocida como patología AUGE, poco importa. Al final del día, los hechos son los hechos.


Más docas, menos pasto inglés (Ray-grass)… y bueno, más sombras para acompañar el lento crecimiento de nuestras incontables palmeras, remotos testigos sin voz de las inexpugnables ansias arribistonas de verdear a mi Antofagasta.

Con el afecto de siempre,

PP